Anduve yo durante mucho tiempo viajando de un sitio a otro, yendo de un corazón a otro creyendo que era el correcto, pero no era más que una mera falsificación. Cuando creía estar en el verdadero, y que tenía fe en que era mi verdadero príncipe azul, siempre acababa con mi corazón en mano muy dolorido, pero era simples y meras magulladuras. Pero dolían.
Un día en uno de mis viajes acabé en un minúsculo pueblecito, que parecía salido de una película de cine antiguo, eran casas minúsculas.
Decidí alzar la vista por primera vez en mi vida, me di cuenta de que mucha gente me miraba, quizá por mi extraña apariencia física, pero cuando hube mirado dos veces me di cuenta así de que realmente no me miraban, estaban ciegos, y sin corazón, todos habían perdido tanto la vista como el corazón. Por ello realmente no miraban, adarvan sin rumbo alguno, perdidos en el universo y el mundo en cual vivimos.
Tras estar caminando dos horas, tan torpe como siempre me topé con quien no debía. Caí al suelo, y para ver su rostro tuve que inclinar la cabeza lo máximo que podía hacía atrás, pues parecía un gigante, de repente todo lo vi oscuro, me tumbé en el suelo con la esperanza de encontrar mis ojos, pero no estaba ahí. Comencé a sentir como una mano fría y áspera tocaba todo mi cuerpo, eran unas manos finas y unos dedos largos que se movían como lombrices.
Me acarició el pelo, toco mi cara, creo que también notó que había perdido los ojos. Acarició mis labios y sentí como él o fuere lo que fuere, los besaba y mordía. Siendo algo extraño para mí y a consecuencia de no saber que era, a pesar de estar asustada, me gustaba.
Tras divertirse con mi cuerpo, observé que con hundir sus manos en mi seno donde está situado mi corazón, tuvo mucha facilidad en traspasar y arrancar mi piel. Cuando llegó vi que lo cogió fuertemente entre sus manos y me lo arrancó en una milésima de segundo.
Lo tenía entre sus manos, lo observaba y comenzó a devorarlo con un hambre voraz.
Estuvo mucho tiempo con él, por así decir os lo, estuve cegada y sin corazón durante un año y dos meses. Estuve en un callejón oscuro, sin luz alguna, no veía ni la del sol, pase hambre y frío. Continúe cegada y sin corazón. A veces me gustaba, otras eran una tortura.
Al finalizar ese tiempo, volví a toparme con aquello. Cuando recupere la vista, eso fuere lo que fuere ya se había ido, no estaba, encontré mis ojos tirados en el suelo en medio de un río de lágrimas que parecían no cesar nunca, me los coloqué y a mi derecha estaba mi corazón vomitado sobre el asfalto, escupido, despreciado, rechazado después de habérmelo arrancado y devorado, ni tan siquiera tuvo la mera decencia de degustarlo para así comprobar si es una delicia o un simple cono de nata.
Al verlo en aquel estado vi que sí sufrió heridas graves y no meras magulladuras. Por ello decidí introducirlo en una caja de cristal doble, para que así no escuche las patrañas y malos versos de gente estúpida. La cogí con llave, para que así nadie pueda abrirla, pero en cuanto la eché desapareció de entre mis manos, creía en esos momentos, que era Dios, pero no fue así.
Paso un mes después de aquel brutal asesinato de mi corazón, el pobre aún emanaba un aura de tristeza y continuaba llorando sangre y gritando que lo rematara para que así no sufra más.
El día en el cual haría un mes y un día de aquello, andando por el mismo lugar de la escena del crimen, torpe como siempre, me topé con quien no debía. Aquello que una vez me devoró y cegó volvió a meterse en mi camino. Yo con mi corazón en mi bolso dentro de su caja, con la llave que yo creía que Dios la tenía, me volvió a cegar, volví a verlo todo igual que antes, negro. Volví a sentir sus manos tocando mi cuerpo, mi piel se volvió de un color blanquinoso y caí al suelo. Estaba aterrada, tenía miedo de que rompiera la caja y volviera a hacerle lo mismo otra vez.
Y así fue, sabía donde lo había escondido. Pero no la rompió, sino, que del bolsillo de su pantalón saco la llave y abrió la caja, mi corazón está apunto de morir de la forma más horrible que existe y yo no puedo hacer nada, pues me tiene entrelazada en sus piernas. Tiene ya mi corazón en sus manos, lo observa, lo huele, lo toquetea con sus manos y me hace cosquillas, yo continuo en sus piernas, empiezo a llorar, al no tener ojos, no cae más que sangre, que se funde en el color negro de sus pantalones. Puedo decir os de que color es por dentro, toda mi carne en su interior es roja, hay venas que me rodean y son de dos colores, azul y verde, como las pintan en los libros de ciencias, pero realmente en su interior son rojas, no bombean, y expulsan sangre a un vacio sin fin. Pues no tengo corazón.
Se lo aproxima a sus labios, comienza a besarlo y a lamerlo. ¿Por qué hará esto ahora? Arranca minúsculos pedacitos de él y los mastica lentamente como si de una delicia se tratase, lo degusta, siente satisfacción al hacerlo. Puedo ver en su interior, como cada pedazo de mi corazón se aferra al suyo.
Sigo entrelazada en sus piernas, retorciéndome en ellas pues tengo miedo de que sea otra mentira, extiende su alargado y fino brazo hasta mi cabeza y comienza ha acariciar mi pelo, para así tranquilizarme pero no basta con eso.
Ya ha terminado de comerse mi corazón, vuelve a guardarse la llave en su pantalón, me coge del brazo para levantarme, pero volví a caerme, mis piernas flaqueaban. Me toca la zona donde teóricamente estarían mis ojos, ve que no los tengo, siento como los busca. Los ha encontrado, veo sus manos, me los coloca, alzo la vista del suelo, inclino la cabeza, veo su pecho, es delgado, parece un gigante, creía que era Dios.
Escrito, y contado por: Rebecca Fernández.
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